Un
vehículo unifamiliar se desliza a gran velocidad por la autopista,
en él viaja una pareja de mediana edad. El hombre denota claramente
su condición de deportista: mantiene la línea a la perfección y su
torso, desnudo, muestra unos músculos fruto de horas de gimnasio.
Lleva el pelo blanco por propia voluntad, es el único detalle que le
hace aparentar algo más de edad. La mujer parece bastante más
joven, le gusta mimar su cuerpo, se siente orgullosa de él, sabe
perfectamente que aún es capaz de desatar los deseos de los demás y
por eso no duda lucirlo, viste un mono de tela muy sutil,
translúcida. Él, para dirigir el coche, emplea volante, le gusta la
sensación de controlar con sus propias manos una máquina tan
potente, sentir las sacudidas y la resistencia de la carretera;
quitar la dirección asistida y emplear los músculos para conducir
le hace sentirse rudo. Si no fuera por esta afición, dejaría las
pesas, que le vienen de maravilla para aliviar la tensión acumulada
durante las horas que pasa sentado y concentrado en el trabajo.
La carretera está totalmente vacía, nadie más circula
por ella, no es por la hora ni por estar alejada de la civilización,
la verdad, estamos en 2140, ha pasado la era del petróleo, las
autopistas hace años que se han transformado en un desierto, solo
algún aficionado las usa de vez en cuando.
—¿Qué tal el fin de semana? ¿Lo has pasado bien?
pregunta
el hombre a su pareja, rompiendo el silencio.
—Bastante, ha sido una experiencia diferente,
prescindir de todo te saca tu parte animal, dependes de tus fuerzas
—contesta la mujer, aunque
siempre echa de menos la compañía de otros.
—A mí me encanta, me aleja de mi día a día, estar
aislado del mundo civilizado, en medio de la naturaleza, sin nadie en
muchos kilómetros, dependiendo de tus fuerzas, me libera del estrés.
—Eres todo un robinsón, no he conocido a nadie que le
guste más ese aislamiento, creo que esa especie de salvajismo es lo
que más me atrajo de ti, intuía que a tu lado no me iba a aburrir,
que iba a disfrutar un torbellino de emociones y no me equivoqué.
—Pues tenemos que ir preparando algo especial... de
nuevo nos vamos a quedar solos... maravillosamente solos.
—Y eso, ¿hay algo que no sepa?
—El otro día Luna me insinuó que se aburría en
vacaciones con nosotros, que le gustaría irse con sus amigos, por lo
visto le ha invitado Venus.
—Pero si es una niña, solo tiene 16 años, sus amigas
son mucho mayores, que yo sepa, Venus ya ha cumplido los 19, en su
caso tiene sentido, pero...
—Como cualquier madre, —interrumpe
con cierto tono irónico—no
te das cuenta de que los hijos crecen y vuelan del nido. Sabes que
Luna siempre ha sido precoz, se ha relacionado con personas más
mayores, ya está madura, sabe cuidar de sí misma, es hora de que
busque sus formas de disfrutar la vida.
Estela, por un lado le da la razón, ve que Luna ha
madurado mucho, en un par de años ha dado un gran cambio, se ha
hecho una mujer, se alegra sinceramente, siente autosatisfacción,
pero inconscientemente se resiste, las sensaciones que le han
proporcionado sus hijos los últimos veinte años es algo muy
importante, algo que en poco tiempo pasará a la historia. Ojalá
tuviera la tranquilidad de Marcos, su facilidad de encontrar
sustituto.
—No sé por qué, hemos criado unos hijos que se han
hecho mayores muy rápido, han sido un fruto temprano. Titán también
pidió la independencia pronto, si no recuerdo mal a los 15.
—Es lo que pasa al ser abierto con ellos, de atarlos
largo, aprenden pronto y nada les impida gozar nuevas experiencias.
Marcos se siente orgulloso de la labor que han
desarrollado como padres. Siente cierto resquemor, sobre todo al ver
volar a Luna, su ojito derecho, pero está convencido de que, para su
felicidad, ha de ser así.
—Me alegro por ellos, además, son muy responsables,
en ese aspecto también han crecido rápido, pero la idea de
permanecer un tiempo más o menos largo lejos de ellos, me hace
sentir una sensación muy extraña, después de tantos años, no me
hago a la idea.
—Pues va siendo hora de que te la hagas, también has
de volar del nido, experimentar nuevas sensaciones, compensar lo que
dices sentir.
Estela lo ve difícil, como mucho, podrá mitigarlas,
ocupar la cabeza en otras cosas. Por otra parte, le hace ilusión,
piensa en cuando sus hijos hagan sus proyectos, cuando los compartan
con otros, la posibilidad de los nietos...
—¿Crees que otras experiencias pueden sustituir ese
sentimiento?
—Ese sentimiento es una sensación de vacío, algo
importante se va, deja el hueco, lo sabes muy bien. Si te encierras,
ese vacío será cada vez más grande y más difícil de superar.
—Y con esas vacaciones lo voy a solucionar —dice,
consciente de que lo propuesto es un sucedáneo. Piensa que él hace
esos proyectos para ocultar su propia nostalgia.
—Estoy seguro, ya verás cuando te devoré en plena
selva —afirma con un gesto
de fiera—.
—No sé, ¿no será mejor buscar un sitio más
civilizado?, como la playa, a donde hemos ido otros años, para
descansar es mucho mejor.
—Ya sé que es más descansado, pero si no fuera por
el gimnasio, no sabríamos para qué sirven los músculos, no nos
hace falta descanso físico, necesitamos cambiar de forma vida.
—Sí, pero no sé si estoy preparada para algo tan
duro...
—¿Que no estás preparada?, ¿te has mirado al
espejo?, muchas de treinta años tendrían envidia de ese cuerpo,
¿cuántas son capaces de permanecer buceando a pulmón más de dos
minutos?... Sabes muy bien que hemos ido a la playa para no poner en
riesgo a los muchachos y para que tuvieran contacto con otros que no
fueran sus padres.
Estela, después de muchos años, sigue sintiendo una
satisfacción especial cuando alguien alaba su cuerpo y forma física,
le hacen sentirse atractiva.
—No te quito la razón, pero podríamos compaginar,
planear una escapada a la montaña de 15 días, y los otros 15 a la
playa, para ver como funcionan Titán y Luna.
—Desde luego, aún no te has convencido de que los
niños ya no son niños. En fin, más vale eso que nada, quizás, el
año que viene, te mentalices y podamos hacer una escapada más
larga.
Estela se siente satisfecha, al menos el aislamiento no
va a ser tan duro, piensa mientras le acariciaba el cabello con
cariño.
—Lo que sí que deberíamos hacer es llevar los DIB,
tampoco hay que ser tan puristas, no hace falta renunciar a todo.
—Y ¿para qué los quieres?, ¿para conectarte cada
dos por tres con ellos?... —preguntó
con ironía—
—No solamente para eso, también lo podemos emplear
entre nosotros, ya sabes, en verano, el calor... con el ejercicio
sudas un montón y es desagradable...
—Pero, pero... si justamente en eso está la gracia,
el sudar, oler a tigre, pisotear la hierba, dejarse embadurnar por el
barro, dejarse secar por el sol...
—Tanto llevándolos como no, puedes hacer lo mismo, si
te apetece los empleas y si no los dejas de lado...
—Ya, y la gracia, la emoción, el depender solo de ti,
el no depender de ningún artilugio.
—Según lo que quieras, haces una cosa u otra.
—Sabes que no es lo mismo.
Estela sabe que terminará por ceder. En el fondo,
tampoco quiere separarse tanto, es que ha de hacerse el duro.
—Además —dice
la mujer cambiando de tema—,
y los amigos, no estás tan aislado, si te apetece pasar una velada
con ellos puedes contactar.
—No es…
Marcos, de momento, se calla, su tono final ha sido una
orden implícita de silencio, mira fijamente la carretera, ve algo
que no cuadra, se concentra en la labor de conducir.
—¿Qué es eso? —prosigue
mientras reduce la velocidad.
—Parece una persona.
—¡Qué curioso!, ¿una persona andando por la
carretera?
—De todas formas, ¡no pares!, es muy extraño
—reacciona Estela con
miedo. Su intuición le dice que lo más conveniente es la huida. Al
rebasar al hombre que marcha por la cuneta, este levanta el brazo y,
con el puño cerrado, pone su índice hacia arriba.
—!Sera estúpido! —exclama
el hombre indignado— ¡qué
mala educación!, mira que mandarnos a hacer puñetas.
—No sé si te has fijado, lleva una ropa muy
extravagante, va hecho un adefesio, no sé de dónde habrá salido,
me da mala espina.
—Tanto su actitud como su facha son muy sospechosas,
llama a la policía, yo estoy ocupado al volante.
—De acuerdo.
Se queda en silencio durante unos instantes. Y cambiando
la cara dice.
—¿Policía?...
Tras una pequeña pausa, prosigue en voz alta, para que
él pueda escucharla aunque no haga falta.
—Queremos denunciar a un muchacho que anda por la
autopista con una ropa muy rara, para mí que es de hace dos
siglos...
—Sí, lo que le he dicho...
—¡Qué sí!, la vi en el museo de la moda...
—No, no nos ha hecho nada...
—Bueno, nos ha mandado a hacer puñetas...
—Ya sé que no es motivo suficiente...
—Pues ustedes verán, igual se cruza en la calzada y
causa un accidente... —sube
el tono en muestra de enfado.
—Bueno, ya están avisados, solo queríamos colaborar
como buenos ciudadanos, hagan lo que quieran... —con
tono claro de irritación.
—De acuerdo, disculpas aceptadas...
Ya dirigiéndose a él.
—Ya está, parece que les moleste levantar el culo.
Pasado el miedo del primer momento, Estela empieza a
darle vueltas a la cabeza: el muchacho, el accidente... Se arrepiente
de su reacción, ha sido egoísta, si le pasa algo al muchacho, no se
lo va a poder perdonar. No comprende cómo ha sido capaz, se acuerda
de su hijo Titán, se le hace un nudo en la garganta. Rompe el largo
silencio.
—Creo que hemos hecho mal, deberíamos haber parado a
ver qué le pasaba, me arrepiento de lo que te he dicho...
—Nos hemos dejado dominar por el pánico, cuando
lleguemos, tenemos que interesarnos por él.
—Hay
que reconocer que desde que nos dieron los «atestadores», nos han
hecho más cómoda la vida —comenta
un hombre a su compañero.
Ambos están repantigados en su sillón. Hace unos
minutos que han compartido una película con el DIB. Por una parte,
están orgullosos de su función dentro de la sociedad, pero por
otra, son conscientes de que la dureza de su trabajo ha perdido mucho
a lo largo de los años.
—Este aparatito nos facilita un montón las cosas
—continúa señalando un
pequeño dispositivo sobre el hombro—,
antes, por cualquier tontería, a rellenar papeles y papeles, nos
pasábamos horas aquí encerrados para levantar los atestados, ahora
lo haces todo con él en el hombro, en un instante, todo en la
central.
—La verdad es que era un rollo —contesta
el compañero sin apenas moverse—,
pero ahora es un aburrimiento, aquí sentados, conectados al DIB por
una cosa o por otra, si no fuera por el gimnasio, estaríamos como
un par de barriles.
—No debemos quejarnos, mi abuelo, que también fue
policía, me contaba que antes su vida era muy agitada, se pasaba la
mayor parte del tiempo en la calle, la gente se dedicaba a robar y
por un «quitarme esta paja» te pegaba un tiro o te clavaba un
cuchillo. A él lo mandaron al hospital ocho veces, en una ocasión
casi no lo cuenta, aparte, los pequeños golpes, cortes, etc. que
solo necesitaban una cura en el botiquín, de esos a cientos.
—Entonces, el mundo era de otra manera —contesta
el compañero incorporándose—No
existía el salario mínimo de subsistencia, había gente necesitada
de verdad, gente que no tenía ni para comer, quieras o no, si ves
que otro tiene mucho, es lógico que tomara algo.
—Bueno, bueno... había gente que actuaba por
necesidad, pero otros lo hacían por envidia, por cosas supérfluas
que tenían los demás.
—Es que estaba montado para eso, para sentir envidia,
las empresas, en su afán de vender, convencían a las personas de
que necesitaban cosas totalmente inútiles: aparatos, coches... todo,
si no lo tenías, no eras feliz, el placer estaba en poseer y poseer.
—Me hace gracia, parece mentira que la gente fuera
tan tonta, algo pondrían de su parte, entonces ya tenían libertad y
democracia.
—La publicidad era muy taimada, actuaba por detrás,
buscando el subconsciente, lograba que realmente sintiéramos
necesidad de las cosas, al conseguirlas, queríamos otra cosa
ligeramente diferente... Sin darnos cuenta, decidíamos libremente lo
que querían que decidiéramos.
—Pues... no sé que tiene eso de libertad.
—Pues nada, pero duele menos que a latigazos
—contesta riéndose.
—Menos mal que el DIB sustituyó a los demás medios
de comunicación, así nos libramos de la publicidad.
—Por los pelos, en un principio los DIB los regalaban
las empresas de comunicación, las televisiones, los periódicos... y
a cambio había unos minutos de publicidad al día, que revendía a
otras empresas..
—Si eran unos minutos, tampoco era mucho.
—Pero es que el DIB accede directamente al cerebro, te
meten con facilidad las ideas, pueden sonsacarte lo que te gusta, así
hacer la publicidad más eficaz.
—Según eso somos auténticos muñecos.
—Si no lo consiguieron fue por temor a la
manipulación, lo regularon estrictamente, prohibieron la publicidad
directa, nadie te puede llamar al DIB si no lo incluyes en tu lista,
así no pueden llamarte extraños, puedes prescindir de amigos
pesados... los únicos que pueden contactar sin permiso son los
servicios de emergencia.
—Yo no tengo tan claro que no los empleen para
manipularnos, de todas formas no creo que eso fuera la única causa
de la violencia.
—No, claro, también hay que tener en cuenta...
—sigue, con idea de
soltarle otro de sus rolletes, pero se corta al escuchar la alarma de
llamada.
—Espera que están llamando, yo lo cojo —contesta
su compañero—
Diga...
—Sí, aquí la policía, sargento Terrín, número de
identificación 87/589.
—¡Pero qué me dice!, eso es absurdo, ¿de dónde
las va a sacar?, ¿está segura de lo que ha visto?...
—¿Está segura de reconocer la vestimenta?, ¿no
puede ser que con la velocidad se haya confundido?...
—Vale, vale, simplemente unas preguntas para
cerciorarme. ¿Me puede explicar lo que les ha hecho...?
—Usted me dirá, qué quieren denunciar —con
tono de extrañeza.
—Sí señora, estoy de acuerdo, es de mala educación,
pero comprenda, no es delito —apunta
con sorna.
—Vale, vale, como quiera señora, tiene razón
—responde con tono de dar
la razón a un tonto.
—Disculpe, le pido perdón —contesta
dándose cuenta que sus palabras no han sido correctas.
—Adiós señora, que tenga buen viaje.
Tras desconectar, se dirige al compañero.
—Unos viajeros, que han visto en la autopista un
muchacho con unas ropas extrañas, según la señora, del siglo XX.
¿Qué te parece? ¿Vamos?
—Sí, no vaya a complicarse y nos la carguemos, lo
que ahora parece una tontería, en un rato es un follón con juez,
forense... y que no te vengan los de la Criminal, miran hasta en los
calzoncillos. Tenemos suerte y hace buen tiempo, no como ayer, con la
tormenta.
—Vale.
—Y a ver si nos da el aire y el sol (riéndose)... que
estamos muy blancuzcos.
Floresta G12 es un centro
residencial de modelo Factral848, pensado para facilitar las
relaciones sociales de una comunidad de unos 1000 vecinos, en un
ambiente tranquilo, aislado de ruidos e inmerso en un entorno
natural. Su pequeño tamaño y su concepción en torno a una serie de
puntos comunitarios, favorece la relación entre los vecinos,
permitiendo que se conozcan con facilidad entre sí.
La unidad básica es un conjunto de ocho parcelas, con
sus casas, distribuidas en forma de estrella, alrededor de una plaza
cubierta común. Está pensada para albergar unos 32 habitantes.
Cuatro unidades básicas se unen en torno a un edificio
comunal circular en el centro de una cuadrícula de calles, formando
una unidad secundaria. Está pensada para aproximadamente 128
vecinos.
Finalmente, el centro residencial, lo forman ocho
unidades secundarias puestas en círculo con un gran parque en su
interior, en cuyo centro se encuentra el edificio de servicios, de
forma circular destinado a las actividades comunales.
Los edificios comunales de las unidades secundarias se
unen al de servicios mediante un túnel climatizado, con salidas a
los jardines centrales...
Rodea todo el conjunto un parque, con bosques, praderas,
pequeños edificios y centros de recreo. Es el lugar preferido de los
que practican footing.
Debajo del edificio de servicios, existe un
aparcamiento, para aquellos vecinos que disponen de vehículo, con
acceso directo a una carretera que circula bajo tierra. También hay
una estación del suburbano rápido, que facilita el desplazamiento a
otra unidad residencial o a la ciudad.
Esta estructura y las divisiones que se emplean son las
que determinan el modelo Factral848, el más pequeño de la serie,
superado por los Factral868, para más de 1500 personas, y el gran
Factral888 capaz de alojar más de 2000 vecinos.
Los centros residenciales se agrupan adoptando la
estructura circular, o bien se colocan en rosarios. Este último caso
es el de Floresta G12: es el centro residencial situado en duodécima
posición de un rosario conocido por Floresta G, que cuenta con 16
unidades residenciales de diversos modelos.
Estela
se pone en contacto con la policía; quiere saber qué ha pasado con
el muchacho, necesita superar la intranquilidad de haberlo dejado en
la carcretera. Cuando se entera de que está sano y salvo en la
comisaría, siente un gran alivio, pero su interés le hace acudir al
puesto de policía.
—El sargento Terrín, por favor.
—Soy yo —contesta
el hombre tras la mesa—supongo
que será la señora que denunció que un muchacho andaba por la
carretera.
—Sí, hace un rato me he interesado por él.
—Ante todo, pido disculpas por mi forma de hablar.
—No se preocupe, está olvidado. ¿Qué pasó después
de la llamada?
—Fuimos a donde indicó, había avanzado un par de
kilómetros, no opuso resistencia, incluso se alegró. Pero al
pedirle la identificación, nos dijo que no tenía ni idea de quién
era, ignora su nombre y de dónde viene, lo único que recuerda es
estar andando por la carretera.
—¿Y no llevaba nada que le pueda identificar?
—Solo le encontramos un sobre con papeles, ninguno nos
sirve para determinar su identidad, de todas formas, mandamos una
copia por atestador a la central, no sé el caso que harán.
Estela siente compasión por él, le es fácil
comprender la angustia que ha de sentir sin saber quién es ni de
dónde viene; su soledad ha de ser grande, ha de estar asustado:
—¿Y qué hicieron con él?
—Traérnoslo, por supuesto, no íbamos a dejarlo allí.
Le dimos de comer y de beber, por el ansia al tomarlos, debía de
llevar varias horas sin probar bocado. De mi casa traje ropa de
civil, le viene un poco grande —dice
sonriéndose —pero va mejor
que con las ropas antiguas, aunque se resistía a dejar las suyas y
miraba la ropa nueva como si fuera algo de otro mundo.
Estela piensa que si hubieran parado, le habrían dado
de comer y beber antes, además, es menos frío que te asista una
familia que la policía:
—Ya lo dije.
—Sí, pero es inaudito que te digan que han visto a
alguien vestido así.
Al sentirse avergonzada, siente la necesidad de excusar
su comportamiento ante el Sargento Terrín:
—Al poco rato de verlo, empecé a darle vueltas, me
entró remordimientos, debería de haber parado para recogerlo. No
tenía sentido que sintiéramos miedo, bueno, hablo por mí, fui yo
la que dije que pasáramos de largo.
—El temor ante lo extraño es algo natural, hizo lo
correcto, avisarnos, para algo estamos nosotros, no le ha pasado
nada.
—Y... ¿donde está ahora? —pregunta
con curiosidad.
—Está aquí, en la celda, no por estar acusado de
nada, simplemente para que esté bajo techo.
—Y ¿cómo se encuentra?
—Físicamente bien, ha venido el médico forense y le
ha examinado, según él, es un muchacho la mar de sano, de unos
veinte años, no muestra signos de haber sufrido un golpe que
justifique la amnesia, pudiera ser debida a un shock psicológico,
puede que con el tiempo recupere la memoria, por lo demás, no tiene
problemas para hacer una vida normal.
—Ahora, ¿qué va a ser de él?, no va a pasar la vida
encerrado en la celda.
—No, eso no puede ser, la celda está bien, pero no
reúne las condiciones para hacer de residencia. El juez ha estado
aquí, ha dicho que no hay nada en contra de él, ha de estar en
libertad.
—Pero, ¿así, sin más lo van a dejar en la calle?
—Nooo... Estamos siguiendo el protocolo.
—Muy bien, y ¿qué va a hacer ahora?
—Le han asignado un salario mínimo de supervivencia,
ya tiene la tarjeta y nosotros le hemos explicado como la puede
manejar y sus límites. Mañana o pasado, cuando confirmen la
existencia de plaza, lo trasladaremos a una residencia de personas
sin hogar de la ciudad y allí podrá residir hasta que encuentre su
camino.
A Estela le da un vuelco el corazón, cada vez se
encuentra más implicada emocionalmente, no puede evitar que los
instintos maternales, que tan a flor tiene últimamente, le hagan
identificarse con alguien que puede ser su hijo.
—¡No me diga!, ¡pobre muchacho! A una residencia de
personas sin hogar, pero si están llenas de vagos y de gente con
problemas, qué futuro puede esperar en un sitio así, no es justo
hacerle una cosa así.
—Sí... yo lo comprendo... pero aquí no tenemos
condiciones, yo, por comodidad, vivo en la residencia de empleados
públicos, allí no me lo puedo llevar.
—Pues algo hay que hacer...
Contesta con la determinación de quien responde ante
una injusticia.
—Lo siento, es dramático, la ley es así, si no tiene
una residencia oficial, ha de entrar en una de personas sin hogar, no
puede vagar por ahí. El juez le ha dado un nombre provisional, hasta
que se acuerde del suyo; le ha puesto Daniel, parece que le gusta y
nosotros le hemos empezado a llamar Dani, se le ve espabilado.
Su determinación no cede ante lo taxativo de la Ley, no
admite que los intereses del muchacho, de Dani, se puedan ver
sometidos a algo tan frío e inflexible. Su mente maquina la forma de
cambiar su destino.
—¿Y si tuviera una residencia, aunque no fuera en
propiedad?
—No tendría ningún problema, le pasaría como a mí,
tampoco tengo casa en propiedad, ni siquiera alquilada.
—Espere un momento, ahora seguimos —añade
Estela con autoridad, luciendo una sonrisa. Es posible que el asunto
esté al alcance de su mano, no es difícil, Marcos es tanto o más
sensible que ella.
Se retira al otro lado de la habitación, se queda
absorta, mirando a la calle a través de la ventana, da pequeños
pasos... Termina su consulta, se gira con cara de satisfacción,
regresa hacía el sargento diciendo:
—¡Ya está!, vamos a ver si es posible. He estado
hablando con Marcos, mi marido, y está de acuerdo. ¿Sería posible
inscribir al muchacho como residente en nuestra casa?
—En principio no hay problema, pero... ha de saber que
ha de ajustarse a la realidad, si hacemos eso lo han de alojar en su
casa, no podemos hacer el paripé —explica
poniendo cara de circunstancias.
Estela se siente ofendida, no comprende cómo puede
pensar que ellos van a hacer las cosas a medias, si se comprometen,
es con conocimiento de causa, con alegría, gozando de la nueva
responsabilidad:
—Por supuesto, eso ya lo supongo, tenemos una casa
grande, lo podemos alojar en el cuarto de invitados, será como un
hijo adoptado, un poco mayor, pero un tercer hijo —dice
con una amplia sonrisa.
—Siendo así, supongo que no habrá problemas.
Discúlpeme unos minutos, no he resuelto un caso parecido y tengo que
consultarlo.
El sargento se siente satisfecho, le preocupaba que Dani
terminara en la residencia y le dolía no poder hacerse cargo él. La
decisión de Estela le ofrece una oportunidad mejor. Ahora es él,
con una sonrisa de felicidad, el que se aparta a una esquina y se
concentra en la información que intercambia a través del DIB.
Pasados unos minutos, se dirige a ella, con cara de satisfacción:
—No hay problema, han de activar sus DIB, para recibir
las llamadas del juzgado, desde allí les enviarán la inscripción a
los dos, han de proporcionar los datos pertinentes y enviarlos
confirmados. Por supuesto, Daniel ha de estar conforme. Cuando esté
todo, inscribirán a Daniel en su casa, entonces nos mandarán la
correspondiente orden y Dani podrá irse. Esto, puede estar arreglado
en un par de horas. No sabe la alegría que me da que no termine en
aquel agujero, presiento que es un tipo agradable, tendré
oportunidad de verlo por las calles.
—No hay problema, ya está hablado con Marcos.
—Hay otra cosa que debe saber, al residir en su casa,
pasa a ser responsabilidad suya, por tanto, el salario mínimo de
supervivencia le será retirado, son ustedes los que se deben
encargar de su mantenimiento.
—No hay ningún problema, que domicilien su tarjeta a
nuestra cuenta.
—En ese caso, no queda más que concretar, solo hay
que esperar a la confirmación de los juzgados.
—De maravilla, ¡que ilusión...! —exclama
con cara de felicidad —¿podría
verlo...?
—En este momento es imposible, está con un
funcionario del juzgado.
—En ese caso esperaré a que hayan acabado con todo.
Les dejo mi DIB para que puedan llamarme.
—Por supuesto, aquí tiene el mío particular.
—Voy a casa, hay cosas que preparar, quiero
comentárselo a Titán y Luna, seguro que les hace ilusión este
nuevo hermano —dice
riéndose mientras se dirige a la puerta—Adiós.
Estela
se siente emocionada, las sensaciones y los sentimientos más
diversos se cruzaban en su mente, se emociona, ahora tiene tres
hijos.
Reúne a sus dos hijos, quiere que lo sepan antes de que
llegue el nuevo miembro de la familia:
—Titán, Luna, os he contado que ayer, cuando
regresábamos, vimos un muchacho muy extraño en la carretera. Hoy he
ido a enterarme qué le había pasado. Por lo visto tiene amnesia, no
se acuerda de nada, lo iban a enviar a una residencia de personas sin
hogar, me ha dado lástima y con vuestro padre, he decidido que venga
a vivir a casa. Por tanto, vamos a ser uno más.
—¿Como se llama? —dice
Titán.
—Él no se acuerda de su nombre, pero el juez le ha
puesto Daniel, lo llamaremos Dani.
—Qué bonito, ¿qué edad tiene? —pregunta
Luna.
—Tampoco se sabe exacto, pero aproximadamente unos 20
años.
—¡Qué bien!, otro amigo de nuestra edad y, además,
en casa —salta contenta
Luna.
—¿Hay que tratarlo de alguna forma especial por tener
amnesia? —pregunta
Titán—¿no te han dado
ninguna instrucción especial?
—No —contesta
Estela—yo lo voy
tratar como os trato a vosotros, no debemos cambiar la forma de vida,
solo os pido que procuréis ayudarle a integrarse en la comunidad,
tenéis su misma edad, vuestro papel es muy importante. Por lo demás,
explicarle las cosas, que vaya adaptándose a nuestra casa, sin
forzarlo, eso sí.
—Me parece perfecto —opina
Luna.
—A mí también —comenta
Titán.
—Pues nada, ya sabéis, tú, Titán te has de encargar
de ir a recogerlo, yo tengo que preparar la habitación para él.
—No hay problema, cuando me avises iré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario